Me aferré a ello, con todas mis fuerzas, me empeñé en que nosotros no habíamos roto, simplemente nos estábamos dando un tiempo, como todas las buenas parejas han hecho alguna vez antes de ser felices y comer perdices. Me empeñé en que ese era nuestro destino, cuando, en realidad, la vida tenía reservado para nosotros un destino muy distinto. Nada de finales felices ni de príncipes azules que resucitan a sus princesas con un beso en los labios. La vida no tenía preparados más besos entre nosotros, ni más llamadas a escondidas, ni siquiera más te quieros, por mucho que nosotros nos empeñáramos. La vida, el destino o quien fuera había decidido llevarnos por caminos muy distintos y, por lo tanto, también muy separados.
Ya tenía preparadas para nosotros nuevas personas, no sé si mejores o simplemente más adecuadas. Y, cuando esa siguiente persona especial llegó a mi vida, me di cuenta de que da igual lo que desees o en lo que te empeñes, quieras o no, el destino ya tiene algo escrito para ti. Algo de lo que no se puede huir.
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